Votar Clandestinamente

Violando la veda electoral, me mando con este artículo que leí recién hoy en el P12 del jueves pasado.
Es una de las respuestas que estaba buscando al por qué de la actitud de Zamora. Y quien sino el enorme filósofo nacional LEON ROZITCHNER para dar esa respuesta.
Seguramente cuando lean esto la suerte ya estará echada: suspiro aliviado o bronca inexplicable, posible camino de salida o claudicación ante el pensamiento único.
De todas formas, sea cual sea el resultado, creo que vale la pena leer a un tipo tan lúcido ayudándonos a desentrañar la realidad.

POR LEON ROZITCHNER.
Votar clandestinamente

El próximo domingo mucha gente de izquierda, ante la contundencia del peligro que nos amenaza, votará clandestinamente a Ibarra para detener a Macri, como antes lo había hecho con Kirchner para detener a Menem. Mientras tanto el oficialismo de izquierda se abstiene: puesto que las perdieron, las elecciones han dejado de tener sentido. O ganamos todo (ilusión) o perdemos todo (realidad). Lo demás es historia verdadera.
El enunciado de Zamora, ilusorio e indiferente a la realidad, obliga a los votantes a clandestinizarse para mantener su relación material con el mundo político, donde son fuerzas verdaderas y contrapuestas las que se enfrentan: no podemos quedar indiferentes cuando se trata de desbaratar y contener al fascismo y al neoliberalismo vernáculo. Y para enfrentar a ese peligro la izquierda más votada nos obliga a la hipocresía, que es la doble inscripción, esquizofrénica, en las conductas políticas. No entiende que a la moral hay que comprometerla en los hechos para que cobre vida.
El poder odia al vacío, pero también odia al político que tiene la posibilidad de ocupar un espacio de realidad, y lo desecha.
El dilema es claro: o se entra en el juego donde la democracia ofrece la posibilidad, así sea reducida, de determinar parte de los acontecimientos que nos afectan, o imploramos al cielo –que también tiene su Paraíso de izquierda, y sus aureolados– para ponernos al margen de la política y de su eficacia. Sobre todo en una coyuntura donde se juega el límite de una inscripción nueva y progresista. Un acuerdo claro, visible y público hubiera permitido que el triunfo de ese candidato “burgués” que es Ibarra –ni fascista ni reaccionario ni de derecha ni apoyado por las hordas conservadoras del establishment, como es el otro– pactara públicamente con ese 12 por ciento para imponerse. Eso era hacer política. Ibarra hubiera llegado a un acuerdo con la izquierda, si la izquierda era necesaria para su triunfo –que ahora aparece indeciso–. Pacto, es decir compromiso visible, a la luz del día, para condicionar el cumplimiento de medidas inmediatas que constituye la urgencia impostergable de una parte de la población, esa “plebe” o “lumpen proletariado” (¿así se dice?) que votó a la extrema derecha. ¡Y después nos asombramos de que los antiguos barrios proletarios o meramente pobres voten a Macri y no, como debieran, a Zamora!
Entonces, para conservar su pureza revolucionaria, esa izquierda debe convertir su voto en clandestino. Doble inscripción de la izquierda. Hacia afuera proclama: somos puros, nadie es tan impoluto como nosotros. Pero hacia adentro nos obliga, si no queremos ser estúpidos, a impedir que la extrema derecha triunfe y, contra Zamora, votar “en negro” en el cuarto oscuro por Ibarra. Si al voto, en vez de ser un arma entre otras, se lo transforma en estéril, esta prescindencia lo convierte en una melancólica plegaria de papel lanzada a los vientos de la historia abstracta. En política no hay inocentes ni valen las buenas intenciones: sólo hay decisiones que, luego de enfrentar la realidad, triunfan o fracasan. Un 12 por ciento, en esta coyuntura, es un poder colectivo que nadie puede darse el lujo de hacer añicos y tirarlo a la marchanta.
Al disolver la voluntad colectiva anudada en el comicio, Zamora lo devuelve a cada votante a un antiguo placer solitario y clandestino: para que haga con la boleta, en el cuarto obscuro, lo que sus ganas le dicten: una pajarita de papel para el caso. En fin, penas de amor perdidas, como tantas veces en la izquierda.

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