Los únicos, los normales

Estamos acostumbrados a escuchar a los padres hablar acerca de cuán maravillosos, inteligentes y hermosos son sus niños. Si, es normal, lo uno y lo otro.
Puede ser porque caminaron o hablaron antes, porque leen y escriben a los 3 años, porque son los más altos del jardín, los más simpáticos, porque dejaron los pañales o nunca quisieron el chupete, siempre habrá algo que los hará especiales a la vista de sus padres.
Aunque está muy bien que así sea, en el fondo siempre pensamos que el niño es tan especial como el resto de los 2.200 millones de niños del mundo, y acá es donde hice una parada analítica en mi pensamiento para preguntarme:
¿Es verdad que somos todos iguales o es verdad que somos todos únicos?
Desde pequeños se nos estimula a creer que somos los más hermosos, los mejores, únicos y especiales. Somos las princesas y los reyes del mundo, podemos ser astronautas, bailarinas y el 10 del Barça.
Hacemos un garabato y nos dicen que dibujamos como Picasso, nos vestimos con la ropa de mamá y nos dicen que seremos Greta Garbo. Todo nos hace creer que el mundo no tiene límites para nosotros, porque somos únicos y maravillosos y todos nos van a amar siempre porque somos especiales.
Hasta acá todo bien, esa etapa más o menos empieza a terminar cuando empezamos la educación formal. Opa! ¿Hay un montón de chicos iguales a mi? Yeap! Hay otros “únicos” que son nada más y nada menos que todos los demás.
Acá se acabó la fiesta y la educación nos obliga a “encajar”, lo que significa darle un encuadre de normalidad a la persona, adaptarlo a la vida social, a los estándares, a las reglas. Éramos los reyes del mundo y ahora debemos ser normales (¿o mediocres?)

Les recomiendo La República de Platón para cuando tengan tiempo y ganas, pero en líneas generales propone entrenar al niño para ser parte del Estado ideal. (al pobre Platón se lo juzga por violar los derechos del niño) Sin irnos tan lejos, lo cierto es que los padres y educadores se encargarán de poner en caja al astronauta y la princesa para que puedan ser parte de la sociedad que los rodea.
Hasta cierta edad, digamos que hasta en la adolescencia se nos otorgan algunos permisos, podemos tocar la guitarra o ir a fútbol si y solo si estudiamos. Podemos también vestirnos con algunos permisos, no muchos, depende si son mujer o varón, pero nos dejan hacer algunas ridiculeces sin demasiado escándalo.
Para el fin de la adolescencia ya nos dimos cuenta de que no somos especiales pero confiamos en algún talento que haga que el mundo nos ame por ser nosotros mismos, por saber dibujar, jugar al fútbol o tocar la guitarra, pero en ese exacto momento llega la sentencia de normalidad paterna “Si no estudiás tal o cual cosa, te vas a cagar de hambre”. Y con más o menos resistencia le decimos adiós a la guitarra, a los pinceles y a la pelota.
Llegaron los tiempos de los libros de económicas, abogacía y medicina, y le ponemos un empeño tremendo a ser como el resto. Ahora no solo no sos el único y especial, sos uno más en una marea de pibes como vos tratando de hacer algo para no cagarse de hambre en los años por venir y además de tanto en tanto te tenés que comer un “sos un inútil” de parte de un profesor y un “Vos te crees que esto es un hotel” de parte de tus viejos.

Van a pasar unos años dentro de los estándares preestablecidos para los cuales te esforzaste mucho para pertenecer, serás el profesional que no se caga de hambre, vas a tener tu casa, tu auto, harás una familia y tomarás vacaciones todos los años, y va a llegar el día en que vas a decir “Yo dibujaba de puta madre” ,“Yo podría haber sido un gran guitarrista”, en definitiva “Yo sí era especial, yo pude ser esa persona a quien ahora admiro por ser especial, y me hicieron ser normal!!!!”.
¿Quién te cagó? Todos, desde el principio.
¿Se puede volver atrás? NO.
La buena noticia es que sí somos especiales, al menos yo soy una convencida de que basta con dejar de poner energía en ser normales y encajar todo el tiempo con el resto, basta con dejar de opinar, hablar y pensar como los demás solo para ser “parte de” y ya seremos especiales, no se necesita ser más inteligente ni más lindo ni más adinerado, y si además tenemos al menos un sueño que cumplir, y las ganas de hacerlo realidad, entonces no sólo seremos únicos, ¡seremos magníficos!
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