Las yuyeras

En la peatonal de Corrientes, la zona mas cate (elegante) del centro entre los comercios mas cotizados existen silenciosas como la historia de sus pueblos, las vendedoras de yuyos. No es que no hayan hombres, solo que predominan las mujeres. Hieráticas como esfinges del pasado aborigen (son de la etnia toba) están simplemente allí, ellas, sus sonrisas y sus yuyos.

Nota original Aqui

No se como se llama, ella estaba allí y al principio le quise sacar algunas imágenes subrepticiamente; pero venciendo el pudor (impulsado por Silvina, mi alter ego) finalmente me acerque con el prejuicio de una negativa. Contrariamente a lo que me esperaba, no solo se arreglo para estar mejor, sino que encandilandonos con una sonrisa nos pregunto

-¿Para que es?-
-Es para un diario- quise resumir -en la Internet-
-Ay, de eso no tenemos ¿Me traería una foto?-
-Si, con mucho gusto-
-¿Como se llama el diario?-
-La Gaceta Digital-
-¿Y de donde es?¿De Corrientes?-
-No, esta en la Internet, no es de ningún lugar en especial, es de todos lados-

Y mientras hablábamos, ella no dejaba de sonreírnos y acomodarse para las siguientes imágenes que le mostramos en el visor de la cámara. Cuando terminamos nos hicimos el firme propósito de regresar con una copia en papel para obsequiarle, se lo merecía por muchas razones, quizás por Justicia, la principal de ellas.

¿Quienes son las yuyeras? Estas mujeres pertenecen a la etnia toba, y uniendo su conocimiento de la naturaleza y la necesidad de ganarse el pan diariamente, viajan todos los días desde el Chaco, quizás entre 25 y 30 kilómetros en ómnibus desde la vecina Resistencia. En una pequeña manta colocan primorosamente y en un orden herbolario solo conocido por ellas y sus tradiciones ancestrales, los yuyos. Los hay olorosos, inertes, coloridos, grises y cada uno es para alguna dolencia física y tal vez alguno para las otras, las del alma. No son pocos los correntinos que se detienen e intercambian pocas y precisas palabras, un pesito va para allá y un manojito de hierbas para allá. Yuyos sacados del campo y montes chaqueños, raíces, tallos, frutos y hojas de distintas especies, el fruto de cientos de años de prueba y error que algún día un laboratorio farmacéutico extranjero 'descubrirá' y nos comercializará haciéndonos pagar generosas patentes y royalties como ha sucedido con todo, hasta la soja. Mientras tanto, ellas venden sus remedios caseros que curan males del cuerpo y de los otros; los mismos remedios que los pseudos chamanes de la radio, Los Avatares de la Nueva Era, los Hermanos de la Magia Blanca y los Chikunas promueven como secretos exclusivos de lo mas profundo del Amazonas en secretos vociferados por el parlante desgarrado de la falsedad. No hay necesidad de buscar en lo exótico, pues en el patio de casa, en nuestro jardín. Ellas son sus custodias silentes y efectivas. Viven en un barrio de nombre difícil de pronunciar para nuestros fonemas hispánicos; aunque el hombre blanco les ha dado otros nombres, casi siempre siglas y acrónimos en definitiva tan crípticos como las voces tobas. El hombre blanco del Chaco -racista, dicen los que saben, por culpa de esos gringos rusos, balcánicos, alemanes y otros que emigraron y se apoderaron de sus tierras- ha querido lavar sus culpas de antaño y en gestos grandilocuentes suelen inaugurar barrios para indios (tobas, wichis y quien sabe otros mas) y de la tierra nativa de caza y pesca, han pasado a estar aglomerados en casas del tipo de hombre blanco mas desarraigados que antes y por supuesto mas invadidos culturalmente en un transplante que se revela inutil. Limosna que no incluye la aceptación ni las oportunidades laborales de los aborígenes, que siguen siendo segregados pero amontonados sin futuro y con el pasado amputado.

¿Y el presente? Dicen que dicen, lo que saben y este redactor, que los jóvenes tobas ya están perdidos. El flagelo de los 'pacos' infames y de aspirar pegamento ya es la única salida. No hacia arriba o hacia abajo, pues el blanco ha cercenado sus posibilidades, sino hacia la noche química, también blanca como una hoja de papel sin escritura y como una memoria sin memoria. En el siglo XIX fue el alcohol y la viruela, ahora lo son las drogas y la indiferencia Muchos tobas han emigrado a las grandes ciudades del sur del hombre blanco. Terminan siendo carne de cañón en la delincuencia menor, mas arrumados que antes, pues del amontonamiento de los barrios aborígenes de docenas de personas por habitación en su ¿tierra natal?, pasan a los amontonamientos anodinos y despersonalizados miseros e infames de las villas de Rosario, La Plata y Buenos Aires.

Una maestra de escuela, ganadora de un subsidio de la Fundacion Arcor para redactar un libro de texto para los tobas, me contaba las otras noches, que los niños ya no saben su propio idioma. Una extraña a su etnia, les reenseña las palabras milenarias de una lengua que alguna vez hablaron también los pájaros y los peces del Paraná, los montes del Chaco y comprendía al igual que el guaraní, el universo en descripciones poéticas y melodiosas. Hoy en cinco, diez, no mas de veinte años no serán mas que sonidos mudos en un libro olvidado por los planes educativos, un curiosidad académica, una buena intención más tapizando el camino al olvido.

¿Amo a los tobas? No, tampoco amo al hombre; esa es una tarea que solo un Jesucristo puede encarar y ya sabemos como terminan los Cristos: crucificados. Apenas me puede doler la miseria humana, sea aborigen o no. Un pequeño dolor de saber que Corrientes liquidó a todos sus aborígenes hace siglos (lo mismo que Uruguay y que Buenos Aires). Por eso no somos racistas, no hay con quien. Solo el velado recelo entre nosotros.

Las yuyeras entretanto ajenas a esta disquisición filosófica, prosiguen. Comercian sus pequeñas cargas de yuyos misteriosos, exóticos y maravillosos; los mismos que hallaríamos en nuestros jardines si tuviéramos jardines y ganas de mirar el suelo. Y nada mas. No viven el pasado ni el futuro, solo el presente fugaz, entrópico y en definitiva lo único eterno: el ahora.

Un comercio pequeño, discreto, que aun los lebreles perdiceros del fisco no han fijado en sus pupilas. Un comercio de silencios ancestrales teñidos de necesidad bajo el sol inclemente del verano correntino, que derrite todo, hasta las piedras; menos las silenciosas sonrisas de las yuyeras

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Comentarios

  • Cat-tel     07/02/2006 - 09:52:10

    Edwin, buen gancho al hígado del statu quo cate (y lo digo yo, je). No somos racistas porque no queda con quién, tal cual.

  • Piero     07/02/2006 - 11:07:40

    Edwin, tengo que reconocerme sorprendido por tu historia... con los ojos emocionados y el corazón bastante remecido... con la cabeza llena de preguntas... ¿cómo así es que el color de piel de pronto le dio superioridad a un puñado de hombres? ¿qué falló en nuestra historia, que determinó a la miseria a ciertos grupos? Definitivamente, saber que existen un grupo de mujeres llamadas las yuyeras es un grito de eternidad y negación al olvido. Definitivamente la vida siempre puede más. Gracias Edwin. Saludos.

  • pattyce     07/02/2006 - 11:37:24

    EX-CE-LEN-TE!!
    una de las cosas q extraño de Caracas, son los locales de ramas (yuyos)todos amarraditos en la pared, boca abajo, listos para curar!!

  • Cerebrado     07/02/2006 - 12:09:07

    Si se entera Cachamay las absorbe.

  • GWIB     07/02/2006 - 12:44:05

    "Y esto ha sido todo por hoy en Los Amigos de Bart" no se porque se me vino a la cabeza cuando lei el primer párrafo... escucho criticas que tardarán en llegar.

  • Fernanda     07/02/2006 - 15:22:48

    Excelente Edwin!!!!
    Sin palabras...:D

  • edwin     08/02/2006 - 08:33:40

    Tengo una deuda con la yuyera, le debo la copia del articulo. Vere si hoy lo hago adjuntando ademas los comentarios de uds. Gracias

  • Io     09/02/2006 - 20:40:36

    Impecable, profundo y realista. Mis felicitaciones a usted y mi dolor a esta realidad.

  • Microsano     16/02/2006 - 15:36:35

    La verdad que muy buen articulo. Te deja ese no se que dentro del pecho

  • martin     18/02/2006 - 13:04:22

    muy buen articulo Edwin, te felicito!

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