Textos que muerden

Durante la presentación de su último libro, Guillermo Saccomanno espetó una frase que me sonó demoledora:
(…) la literatura puede darse el placer por derecho propio de meterse con lo jurídico, ese aparato donde el poder encubre con una flatulencia retórica las trampas que los ricos les hacen a los pobres. (…)
El texto completo salió publicado en el suplemento Radar del P12 del 23 de abril pasado y refiere a la exposición del autor en relación a su último libro: Derechos humanos: legalidad y jurisdicción supranacional (Editorial Mediterránea, 822 páginas).


Michel Foucault hablaba de las dos sospechas del lenguaje: que el lenguaje nunca dice exactamente lo que dice y que hay muchas otras cosas que hablan sin una articulación propiamente verbal. Esto abre una clara lucha por los significados, por los sentidos, por la interpretación de los signos.

Siempre me interesó la forma en que los signos son organizados para producir discursos de poder, lenguajes que se diseminan por todo el entramado social abrazándolo y enroscándolo de una determinada manera. Por otra parte hay la producción de contra discursos, textos que muerden a estos discursos de poder, que los pelean con producción de significados alternativos.

La presentación giraba en torno de esto y la frase que cito creo resume bastante bien un ejemplo de los efectos de esta lucha.

Me propuse producir otras tres dos notas en donde estos temas (literatura, lenguaje, derecho) se entrelazan en tres dos cuestiones aparentemente bien diferenciadas, elegidas arbitrariamente, disparadas por lecturas recientes, tal vez con poca, mucha o mediana importancia, pero seguramente con alguna. Claro que sin la pretensión literaria que ameritarían, pero trataremos de hacer un digno papel. Vamos a ver qué sale. Adelanto los títulos:

  • Violencia política en Argentina: Rodolfo Walsh y la Operación Masacre

  • El drama de Sahara Occidental


  • Saccomanno sostiene que tanto la literatura como el derecho son ficciones, ambas mienten. Aunque cada una, a su manera, puede dar cuenta de una determinada realidad más eficientemente que otros discursos. Y pregunta, sugiere: “(…) ¿acaso la teoría literaria no es teoría política? ¿Y la teoría política no requiere acaso una formulación literaria? (…)”.

    Cuando los discursos dominantes se vuelven asfixiantes, urge la aparición de un contradiscurso, como decíamos más arriba. Parafraseando a su colega y amigo Juan Carlos “Canco” Vega: “Un contradiscurso se define por su capacidad para quebrar silencios de dominación”. Para producir el contradiscurso es necesario escapar del discurso jurídico tradicional, escapar de las trampas del lenguaje.

    Más adelante dice:
    Desde esta doble experiencia, la vital [la de escribir] y la de lectura, se arriba a la conclusión de que uno no escribe tanto de lo que supone que sabe como de lo que ignora. Todo escritor que se precie de honesto sabe que no sabe, que escribe de lo que ignora. Asumir esta ignorancia lo vuelve a uno, además de curioso, en sospechoso. La curiosidad siempre perturba al poder.


    Y ahí está Walsh, siempre Rodolfo Walsh, que se metió hasta el tuétano, que construyó desde la literatura lo que otros quisieron destruir y enterrar; como ejemplo, Saccomanno menciona la Carta Abierta a la Junta Militar, que el mismo Walsh enviara el 24 de marzo de 1977 por correo a las redacciones de los diarios locales, ninguno de los cuales se dignó a publicarla, claro. No obstante lo cual, fue un misil directo al corazón de la hipocresía que generaba la dictadura militar, y comenzó a corroerla lentamente. Al día siguiente era secuestrado en la vía pública por un grupo de tareas (tan peligroso era el susodicho, que el mismísimo Alfredo Astiz tuvo que participar del operativo), desde entonces permanece desaparecido.

    Luego de la frase demoledora de Saccomanno y de una lectura obligada a la Carta Abierta, una vez que te recuperes de todo eso, y mientras esperás los otros dos artículos, te puedo sugerir la lectura de un cuento muy corto de Franz Kafka que siento que está muy relacionado con esta discusión, y con el Derecho: Ante la ley, otro mazazo literario en la cabeza, pero ni te vas a dar cuenta con tantos golpes.

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    Comentarios

    • El senior Acoyte     16/05/2006 - 00:54:04

      La frase del senior S me parece grandiosa, monumental y hueca, de papel crepe, vacia. Filosofia de la Perla del Once en una tarde del 2000 o del 2006, que ya no es cool como hace cuarenta anios atras.
      Walsh y la carta, admirable, valiente, ejemplar... pero no es literatura, ni tiene nada que ver con la literatura. No hay ficcion, no hay trama, hay un grito sordo y crudo, periodismo con acento, no arte.
      A veces se tiende a ficcionalizar innecesariamente. Porque.
      O a construir una retorica sobre obviedades y lugar comunes, verdades universales, que dan volumen y ocultan lo que no hay. Yo a Sacco, no lo necesito. Me saco el Sacco, y me pongo un Dickens.
      Hoy estoy esceptico y guerrillero. Haya paz. Whatever.

    • MaxD     16/05/2006 - 09:14:44

      Don Acoyte,
      Tu punto de vista es atendible. Sobre Saccomanno, solo te puedo decir que es interesante lo que escribe, y que, a mi entender, sigue teniendo vigencia aunque para algunos sea <i>d´mode</i>. Claro que puedo poner en duda que sea un literato a la altura de un Dickens, como lo querés poner vos.
      Sobre Walsh, opino que sí es literatura, opino que puede haber literatura sin estar sentado sobre una trama ficcional. Justamente, una determinada forma de relatar hechos es un recurso que la literatura no debería desechar. ¿Qué es y qué no es <i>literatura</i>? es una discusión vasta e interesante que, por supuesto, excede los límites de este artículo.
      El punto acá es poner el énfasis en el aporte desde la literatura con <i>textos que muerden</i>, que enfrenten al discurso dominante, que te generan problemas y preguntas. El otro ejemplo que cité, ahora sí desde la ficción, es de Kafka, y creo que no deberíamos dudar si es o no es literatura, espero estemos de acuerdo en ese punto al menos. Te invito, como a todos, en todo caso a aportar con otros textos que hayas encontrado que consideres mordedores.

    • Cattel     16/05/2006 - 10:38:03

      Para mi la literatura es aquella que trasciende. Lo otro es anécdota o panfleto, algo pasatista o utilitario y con menos "vida útil".

      En ese sentido creo que la carta de Walsh es más trascendente que un panfleto, no hace falta mucho contexto para entender su gravedad. Y es bastante universal, otra condición de la literatura.

      Creo que los buenos libros del siglo XX son mordedores. Si leíste "Un mundo feliz" de Huxley ya no vez el mundo actual con los mismos ojos. Lo mismo con cualquier libro de ciencia ficción, no sólo los librepensadores muerden. Arlt muerde a la altura de la boca del estómago y te recuerda que él sabía lo que sería el caos con sesenta años de ventaja. Kafka ni hablar. Hesse también muerde bastante cuando describe las "ciudades del futuro". Hemingway nos dice que en las guerras, en definitiva, las campanas... doblan por ti.

      Mordedor viejo, se me ocurre el Decameron. En plena Edad Media se plantaba a criticar cosas de la iglesia.

      Y capítulo aparte para los mordedores de cabeza, los que se animan a preguntarse y preguntarnos en letra de molde: ¿de dónde venimos? ¿para qué estamos? ¿a dónde vamos?
      (si hay un tema más trascendente que ese...)

    • MaxD     16/05/2006 - 11:38:08

      Contundente lo tuyo, Cattel, sobre todo con la autoridad de alguien que vive la doble experiencia (la vital y la de lectura).
      Acerca de tu último párrafo, me había quedado pensando si podemos poner en duda el rango literario de, por ejemplo, el "Política" de Aristóteles, en principio sin ficción ni trama.

    • Cattel     16/05/2006 - 12:10:37

      Veamos, yo ni siquiera leí las Obras Completas de Sócrates, pero Aristóteles:
      - Es trascendente. Lo estás citando... ¡2300 años después! Y está <a href="http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/13561630989134941976613/index.htm">publicado en internet</a>.
      - Es universal. El índice parece escrito ayer, salvo que Cartago ya fue borrada del mapa (delenda est). ¿Se podrá reemplazar por "Irak"?

      Es literatura, sin duda. Igual prefiero la ficción, la filosofía me entra mejor en la cabeza acompañada de una buena historia. En ese sentido entiendo al que se saca el Sacco y se pone el Dickens.

      Y lo que decís también tiene doble filo. A veces no sabés si entendés los libros por lo vivido o entendes mejor lo vivido porque un libro te abrió la cabeza un rato antes. Eso es para otro post, agendalo, jeje.

      P.D.: "Esta especulación, sin embargo, es en el fondo la misma que la de Tales; ambos supieron crear un monopolio. Conviene a todos, y también a los jefes de los Estados, tener conocimiento de tales recursos. Muchos gobiernos tienen necesidad, como las familias, de emplear estos medios para enriquecerse; y podría decirse que muchos gobernantes creen que sólo de esta parte de la gobernación deben ocuparse."
      Aristóteles seguro pensaba en Bill Gates y Bush...

    • myNick     16/05/2006 - 14:07:16

      MaxD: escelente post.

      Cattel: me pongo de pie ante sus palabras.

      Mejor no agrego nada para no quedar como un ignorante Guiño

    • jhony     16/05/2006 - 14:16:37

      Adjunto mis respetos MaxD .

    • MaxD     16/05/2006 - 14:58:08

      Cattel,
      Los clásicos tienen ese nombre por su trascendencia y porque siempre tiene ribetes distintos no importa la época. Como decía Miguel Vicent citado en <a href="http://www.fabio.com.ar/verpost.php?id_noticia=1042">un viejo post</a>: "los grandes literatos son esos que jamás le llegas al fondo", siempre que los leés y los releés hay algo nuevo por descubrir.

      Hay algo más allá, lo que está detrás del texto, <i>entrelíneas</i>, tiene una intención, para descubrir esto de "qué es lo que quiso decir con esto que dice" ya es necesario hacer una exégesis, analizar contexto histórico, etc. Eso es realmente <i>grosso</i> y nada fácil, pero se puede intentar. La búsqueda de esos significados es tambien un camino para una determinada interpretación.

      MyNick y jhony, gracias por el soporte, pero hay que animarse a comentar, ¿qué puede ser peor que <a href="http://www.fabio.com.ar/verpost.php?id_noticia=1028#comments49010">esto</a>?Guiño

    • jhony     16/05/2006 - 17:56:33

      Comentar, comentar, a veces me remito a la reflexión y al silencio

    • MaxD     16/05/2006 - 18:37:41

      Vale, jhony. En realidad lo decía más por MyNick, que se autocensuró

    • El senior Acoyte     16/05/2006 - 21:26:15

      Goethe pego con Werther, hace doscientos anios. Arlt, Sacco, vienieron despues, mucho despues. Sin un mensaje nuevo, sin una nueva forma de contar, sin una historia nueva. Arlt impresiona a un chico de quince que acaba de terminar un verne. A uno de treinta que tuvo la dicha de espiar un poco lo que hay afuera, ya no.

      Arlt, Sacco, hasta Walsh, no trascienden como escritores. Walsh debe haber sido un gran tipo, con una vida poetica y de ficcion, y sin embargo, en Praga, ni Arlt ni Sacco ni Walsh tienen Lectores. Goethe si, Kafka tambien. Dentro de doscientos anios, en Mumbai, nadie va a poder comprar un "Juguete Rabioso" o un "Como se llame lo que haya escrito Sacco". Fausto va estar en muchas bibliotecas, y las copias van a estar gastadas.

      En literatura, son tan pocos los que escapan a la mediocridad. El viejo B decia, que cada siglo produce uno o dos escritores. En el XX, Kafka se llevo todos los premios, sin haber vendido un libro.

      Del otro lado del mostrador esta todo lo demas, cada lugar con sus saccomanos y fresanes autoctonos que dan charlas en las facultades y salen en los diarios, que no dejan de ser necesarios, quizas.

      Saludos y piedras
      Acoyte y Rivadavia.

    • Laura     16/05/2006 - 22:13:25

      Cattel, MaxD, leyeron alguna vez el texto del amigo Calvino sobre por que leer a los clasicos?

      Les dejo un fragmento del ensayo:

      Por qué leer los clásicos
      ------------------------------------------


      Por Italo Calvino

      Empecemos proponiendo algunas definiciones.
      1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: «Estoy releyendo...» y nunca «Estoy leyendo...».
      Es lo que ocurre por lo menos entre esas personas que se supone «de vastas lecturas»; no vale para la juventud, edad en la que el encuentro con el mundo, y con los clásicos como parte del mundo, vale exactamente como primer encuentro.
      El prefijo iterativo delante del verbo «leer» puede ser una pequeña hipocresía de todos los que se avergüenzan de admitir que no han leído un libro famoso. Para tranquilizarlos bastará señalar que por vastas que puedan ser las lecturas «de formación» de un individuo, siempre queda un número enorme de obras fundamentales que uno no ha leído.
      Quien haya leído todo Heródoto y todo Tucídides que levante la mano. ¿Y Saint-Simon? ¿Y el cardenal de Retz? Pero los grandes ciclos novelescos del siglo xix son también más nombrados que leídos. En Francia se empieza a leer a Balzac en la escuela, y por la cantidad de ediciones en circulación se diría que se sigue leyendo después, pero en Italia, si se hiciera un sondeo, me temo que Balzac ocuparía los últimos lugares. Los apasionados de Dickens en Italia son una minoría reducida de personas que cuando se encuentran empiezan enseguida a recordar personajes y episodios como si se tratara de gentes conocidas. Hace unos años Michel Butor, que enseñaba en Estados Unidos, cansado de que le preguntaran por Emile Zola, a quien nunca había leído, se decidió a leer todo el ciclo de los Rougon-Macquart. Descubrió que era completamente diferente de lo que creía: una fabulosa genealogía mitológica y cosmogónica que describió en un hermosísimo ensayo.
      Esto para decir que leer por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más. Podemos intentar ahora esta otra definición:

      2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
      En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente. La definición que podemos dar será entonces:

      3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
      Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo.
      Por lo tanto, que se use el verbo «leer» o el verbo «releer» no tiene mucha importancia. En realidad podríamos decir:

      4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.

      5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura. La definición 4 puede considerarse corolario de ésta:

      6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.

      Mientras que la definición 5 remite a una formulación más explicativa, como:

      7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).
      Esto vale tanto para los clásicos antiguos como para los modernos. Si leo la Odisea leo el texto de Homero, pero no puedo olvidar todo lo que las aventuras de Ulises han llegado a significar a través de los siglos, y no puedo dejar de preguntarme si esos significados estaban implícitos en el texto o si son incrustaciones o deformaciones o dilataciones. Leyendo a Kafka no puedo menos que comprobar o rechazar la legitimidad del adjetivo «kafkiano» que escuchamos cada cuarto de hora aplicado a tuertas o a derechas. Si leo Padres e hijos de Turguéniev o Demonios de Dostoyevski, no puedo menos que pensar cómo esos personajes han seguido reencarnándose hasta nuestros días.
      La lectura de un clásico debe depararnos cierta sorpresa en relación con la imagen que de él teníamos. Por eso nunca se recomendará bastante la lectura directa de los textos originales evitando en lo posible bibliografía crítica, comentarios, interpretaciones. La escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en cuestión; en cambio hacen todo lo posible para que se crea lo contrario. Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él. Podemos concluir que:

      8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
      El clásico no nos enseña necesariamente algo que no sabíamos; a veces descubrimos en él algo que siempre habíamos sabido (o creído saber) pero no sabíamos que él había sido el primero en decirlo (o se relaciona con él de una manera especial). Y ésta es también una sorpresa que da mucha satisfacción, como la da siempre el descubrimiento de un origen, de una relación, de una pertenencia. De todo esto podríamos hacer derivar una definición del tipo siguiente:

      9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
      Naturalmente, esto ocurre cuando un clásico funciona como tal, esto es, cuando establece una relación personal con quien lo lee. Si no salta la chispa, no hay nada que hacer: no se leen los clásicos por deber o por respeto, sino sólo por amor. Salvo en la escuela: la escuela debe hacerte conocer bien o mal cierto número de clásicos entre los cuales (o con referencia a los cuales) podrás reconocer después «tus» clásicos. La escuela está obligada a darte instrumentos para efectuar una elección; pero las elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de cualquier escuela.
      Sólo en las lecturas desinteresadas puede suceder que te tropieces con el libro que llegará a ser tu libro. Conozco a un excelente historiador del arte, hombre de vastísimas lecturas, que entre todos los libros ha concentrado su predilección más honda en Las aventuras de Pickwick, y con cualquier pretexto cita frases del libro de Dickens, y cada hecho de la vida lo asocia con episodios pickwickianos. Poco a poco él mismo, el universo, la verdadera filosofía han adoptado la forma de Las aventuras de Pickwick en una identificación absoluta. Llegamos por este camino a una idea de clásico muy alta y exigente:

      10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.
      Con esta definición nos acercamos a la idea del libro total, como lo soñaba Mallarmé.
      Pero un clásico puede establecer una relación igualmente fuerte de oposición, de antítesis. Todo lo que Jean-Jacques Rousseau piensa y hace me interesa mucho, pero todo me inspira un deseo incoercible de contradecirlo, de criticarlo, de discutir con él. Incide en ello una antipatía personal en el plano temperamental, pero en ese sentido me bastaría con no leerlo, y en cambio no puedo menos que considerarlo entre mis autores. Diré por tanto:

      11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
      Creo que no necesito justificarme si empleo el término «clásico» sin hacer distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad. Lo que para mí distingue al clásico es tal vez sólo un efecto de resonancia que vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en una continuidad cultural. Podríamos decir:

      12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía.
      Al llegar a este punto no puedo seguir aplazando el problema decisivo que es el de cómo relacionar la lectura de los clásicos con todas las otras lecturas que no son de clásicos. Problema que va unido a preguntas como: «¿Por qué leer los clásicos en vez de concentrarse en lecturas que nos hagan entender más a fondo nuestro tiempo?» y «¿Dónde encontrar el tiempo y la disponibilidad de la mente para leer los clásicos, excedidos como estamos por el alud de papel impreso de la actualidad?».
      Claro que se puede imaginar una persona afortunada que dedique exclusivamente el «tiempo-lectura» de sus días a leer a Lucrecio, Luciano, Montaigne, Erasmo, Quevedo, Marlowe, el Discurso del método, el Wilhelm Meister, Coleridge, Ruskin, Proust y Valéry, con alguna divagación en dirección a Murasaki o las sagas islandesas. Todo esto sin tener que hacer reseñas de la última reedición, ni publicaciones para unas oposiciones, ni trabajos editoriales con contrato de vencimiento inminente. Para mantener su dieta sin ninguna contaminación, esa afortunada persona tendría que abstenerse de leer los periódicos, no dejarse tentar jamás por la última novela o la última encuesta sociológica. Habría que ver hasta qué punto sería justo y provechoso semejante rigorismo. La actualidad puede ser trivial y mortificante, pero sin embargo es siempre el punto donde hemos de situarnos para mirar hacia adelante o hacia atrás. Para poder leer los libros clásicos hay que establecer desde dónde se los lee. De lo contrario tanto el libro como el lector se pierden en una nube intemporal. Así pues, el máximo «rendimiento» de la lectura de los clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con una sabia dosificación de la lectura de actualidad. Y esto no presupone necesariamente una equilibrada calma interior: puede ser también el fruto de un nerviosismo impaciente, de una irritada insatisfacción.
      Tal vez el ideal sería oír la actualidad como el rumor que nos llega por la ventana y nos indica los atascos del tráfico y, las perturbaciones meteorológicas, mientras seguimos el discurrir de los clásicos, que suena claro y articulado en la habitación. Pero ya es mucho que para los más la presencia de los clásicos se advierta como un retumbo lejano, fuera de la habitación invadida tanto por la actualidad como por la televisión a todo volumen. Añadamos por lo tanto:

      13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.

      14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.
      Queda el hecho de que leer los clásicos parece estar en contradicción con nuestro ritmo de vida, que no conoce los tiempos largos, la respiración del otium humanístico, y también en contradicción con el eclecticismo de nuestra cultura, que nunca sabría confeccionar un catálogo de los clásicos que convenga a nuestra situación.
      Estas eran las condiciones que se presentaron plenamente para Leopardi, dada su vida en la casa paterna, el culto de la Antigüedad griega y latina y la formidable biblioteca que le había legado el padre Monaldo, con el anexo de toda la literatura italiana, más la francesa, con exclusión de las novelas y en general de las novedades editoriales, relegadas al margen, en el mejor de los casos, para confortación de su hermana («tu Stendhal», le escribía a Paolina). Sus vivísimas curiosidades científicas e históricas, Giacomo las satisfacía también con textos que nunca eran demasiado up to date: las costumbres de los pájaros en Buffon, las momias de Frederick Ruysch en Fontenelle, el viaje de Colón en Robertson.
      Hoy una educación clásica como la del joven Leopardi es impensable, y la biblioteca del conde Monaldo, sobre todo, ha estallado. Los viejos títulos han sido diezmados pero los novísimos se han multiplicado proliferando en todas las literaturas y culturas modernas. No queda más que inventarse cada uno una biblioteca ideal de sus clásicos; y yo diría que esa biblioteca debería comprender por partes iguales los libros que hemos leído y que han contado para nosotros y los libros que nos proponemos leer y presuponemos que van a contar para nosotros. Dejando una sección vacía para las sorpresas, los descubrimientos ocasionales.
      Compruebo que Leopardi es el único nombre de la literatura italiana que he citado. Efecto de la explosión de la biblioteca. Ahora debería reescribir todo el artículo para que resultara bien claro que los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado, y por eso los italianos son indispensables justamente para confrontarlos con los extranjeros, y los extranjeros son indispensables justamente para confrontarlos con los italianos.
      Después tendría que reescribirlo una vez más para que no se crea que los clásicos se han de leer porque «sirven» para algo. La única razón que se puede aducir es que leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos.
      Y si alguien objeta que no vale la pena tanto esfuerzo, citaré a Cioran (que no es un clásico, al menos de momento, sino un pensador contemporáneo que sólo ahora se empieza a traducir en Italia): «Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates aprendía un aria para flauta. €œ¿De qué te va a servir?€, le preguntaron. €œPara saberla antes de morir€».

    • Laura     16/05/2006 - 22:19:50

      Ah, para el senior acoyte que dice "Dentro de doscientos anios, en Mumbai, nadie va a poder comprar un "Juguete Rabioso" o un "Como se llame lo que haya escrito Sacco". Fausto va estar en muchas bibliotecas, y las copias van a estar gastadas" impresionante lo Ludovico de este comentario... no me animaria a hacer futurologia. Por ahi dentro de 200 anios en Mumbai leen a Cattenazi en los talleres literarios... Guiño
      Que se yo, en Europa he visto como se lee bastante a los latinoamericanos, mucho mas de lo que imaginamos...
      Yo igualmente creo que el senior Acoyte se equivoca... por suerte...

    • Cattel     17/05/2006 - 09:39:05

      Excelente, Laura, conocía algunas frases sueltas de este manifiesto de Calvino.

      Lo de Acoyte es fundamentalismo (y como tal: nefasto) del clásico. Yo empecé a "entender" el tango porque me enganchó un cover de Hermética (heavy metal argento). Los autores actuales son puentes a los autores clásicos. Si nos refiriéramos sólo a los clásicos habría menos gente lectora de la que hay. Madame Bovary rompió todo? A mi me aburrió. Y así. Creo que la literatura del futuro será más hipertextual, Goethe seguirá vivo en otros autores, una especie de ADN literario, pero yo no defendería a ultranza al clásico por sobre lo moderno. Si no es al pedo leer, escribir, etc. Podés ves a Shakeaspeare representado en los Simpsons y listo.

      Laura, lo único que le falta a la pobre Mumbai es leerme a mí :s

    • MaxD     17/05/2006 - 13:30:10

      Bueno, me terminé de leer el choclazo de Calvino... es buenísimo, me lo guardé.
      Si bien la discusión sobre los clásicos es fructífera, no quería que se centre solo en eso.

      Mi propuesta de "textos mordedores" era solo de lecturas mías recientes, solo una punta del ovillo de la literatura. Walsh estuvo ahí para morder en ese momento tan bravo de nuestra historia, y por ahora tiene indudable vigencia. Qué se yo qué pasará dentro de 200 años con él, con Saccommanno, con Galeano, etc. Sí creo que su producción literaria es buena y de calidad. Y creo que sus textos muerden.

      Está muy buena la idea del ADN literario de Cattel.

      Acoyte y Rivadavia: me dio nostalgia, cuál esquina? La del Havanna, la de la otra galería, la del Army Café ó la de la casa de deportes (bah, si no cambió todo de nuevo)

    • Laura     18/05/2006 - 02:26:47

      MaxD no cambio nada, aun siguen esas cuatro esquinas, yo te chiflo cuando cambien.
      De nada por el "choclazo", es textos para tener ahi, siempre a mano, cosa de cerrarle la boca a alguno con un calvino bien medido. Guiño
      Cattel, a ud. merecen leerlo en Mumbai en 200 años (?!!)
      Insisto, MaxD, el casorio te sienta! Guiño Es asi, literatura que te corroe el alma, esa vale la pena... hasta perder la voz...

    • jhony     19/05/2006 - 01:02:42

      MaxD,( yá sé....pero tengo una preguntita...) los autores de estos textos estuvieron sentados en el sillón con filtro?

    • MaxD     19/05/2006 - 07:22:48

      La primera cita refiere a que hay varios legisladores, juristas y jueces que deberían usar el sillón de marras.

      Sobre los autores, me imagino que Kafka debía tirarse unos ruidosos (dicen que tenía muy buen sentido del humor). A Rodolfo Walsh seguramente se le habrá escapado más de uno, imagino que por tomar mucho mate. Del resto no tengo muchas referencias, je :D

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